miércoles, 15 de septiembre de 2010

LIBROS QUE SE RECOMIENDAN CURSO 2016-2017 Editorial S.M.

 VALENCIANO

97884675-8329-0  RELIGIÓ Católica Agora 1º ESO (2016-17)

978-84-675-8732-6 RELIGIÓ Católica Agora 2º ESO (2016-17)

978-84675-8237-6 RELIGIÓ Católica Agora 3°ESO  (2016-17)

978-84-96976-92-4 RELIGIÓ Católica Agora 4°ESO (2016-17)

978-84-675-8238-3 RELIGIÓN 1BATX (2016-17)

CASTELLANO

RELIGION Católica Agora 1° ESO (2016-17)

RELIGIÓN Católica Agora 2º ESO 2016-17)

RELIGIÓN Católica Agora 3º ESO (2016-17)

RELIGIÓN Católica Agora 4º ESO (2016-17)

RELIGIÓN Católica 1º BACH. (2016-17)

lunes, 13 de septiembre de 2010

PREGUNTAS Y RESPUESTAS CRISTIANAS CON ARGUMENTOS

Articulo Padre Eduardo Volpacchio -Sacerdote ordenado por Juan Pablo II en1987.


¿DE DÓNDE SALE LA RELIGIÓN?

El hombre es un ser inteligente, y por lo mismo, se plantea la explicación última de todas las cosas y el sentido de su vida. En lo más profundo, se da cuenta de que él no es ni puede ser el máximo ser en perfección (¡no soy Dios!) y que él mismo no explica su existencia (mi propia existencia no puede explicarse a partir de mí mismo), ni su vida (lo que soy y cómo soy no se debe a mi decisión).Experimenta también una fuerza irresistible hacia la felicidad, y comprueba que nada ni nadie la puede satisfacer en este mundo. Todo esto lo hace un ser esencialmente religioso. Busca alguien más grande, más pleno, más perfecto y cuando lo encuentra lo reconoce como ser supremo: el único que puede darle la felicidad para la que se da cuenta ha sido creado, y que anhela con todo su ser. Y por eso mismo se abre al El. Ahora bien, ¿es todo esto un mero invento destinado a saciar apetencias de grandeza y sueños de felicidad del hombre?

¿ES RAZONABLE SER CREYENTE?

Comencemos planeándonos la alternativa de fondo: Dios o el azar, la lógica divina o la irracionalidad, la causalidad divina (una causa inteligente) o la casualidad arbitraria. Aquí radica todo. Así lo explicaba Benedicto XVI en Ratisbona:

Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo, y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran.

En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.

Los cristianos decimos: Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra, creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la razón y no la irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros. Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte.

Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta: ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros". (Homilía en Ratisbona, 12.9.06). Encontrar a Dios supone encontrar el origen de sí mismo; y, por tanto, la razón de la propia existencia.

¿QUÉ ES UNA RELIGIÓN?

Toda religión es un modo concreto de llegar a Dios: un camino de acceso a la divinidad, al Creador del universo (y de nosotros mismos).Todas ellas implican una concepción de Dios y del mundo, a la que siguen unos modos de relacionarse con ambos, de rendir culto (ritos de adoración) y de vivir ¡un moral).Básicamente en esto consisten todas las religiones: hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, islamismo, etc.

En general, se podría decir que hay dos modos de plantearse la religión:
1.Ascendente: el hombre busca caminos hacia su Creador: se esfuerza por llegar, se "estira" para alcanzar a Dios: conocerlo, agradarlo, honrarlo.
2.Descendente: Dios que se dirige al hombre y se revela, lo salva y le muestra el camino de salvación.
En el primer modo el hombre sigue el impulso interior que lo lleva a buscar a su Creador y su plenitud. Es elogiable y muestra una excelente intención. Pero por este camino podrá llegar tan lejos como sea capaz, lo que siempre será poco. El ascenso humano hacia Dios es claramente insuficiente para alcanzar a Dios de modo pleno. Por muy valioso que sea y lo es, su resultado no puede no ser una religión humana; es decir, hecha por hombres. Con muchos elementos verdaderos, algunos inventos de la imaginación humana, y también los inevitables errores reflejo de las limitaciones del hombre. Una religión a la medida del hombre es una religión solamente humana.

En cuanto a su origen, resulta evidente que la religión verdadera sólo puede venir de lo alto: de arriba, de Dios. No puede ser creación del hombre: sólo si viene de Dios será divina .La religión verdadera necesariamente tiene que ser superior a nosotros: nos supera precisamente porque es divina. Dios es más grande que el hombre. Su ser y su verdad no pueden no superarnos. Lo que viene de El, supera nuestras capacidades. Los conceptos humanos son chicos para contener la verdad divina y las palabra humanas son incapaces de expresarla. De manera que una religión que venga de Dios necesariamente deberá incluir elementos que no entiendo plenamente porque superan mi capacidad de entender: es lo que llamamos misterios. Su aceptación requiere de la fe.

Este es un punto de partida claro: se necesita fe: ¡por definición! Mis razonamientos se quedan cortos ante lo divino. Acepto lo que Dios revela, no en base a planteamientos humanos, sino por su origen divino. Es bueno que sea así: si la religión cupiera en nuestra razón sería demasiado pequeña. Por tanto, no soy árbitro, no decido: acepto una realidad que viene de lo alto y que existe independientemente de mí. Una realidad grandiosa, que lejos de humillarme, me engrandece. Una religión que no viene de Dios es una producción humana. Esto es obvio. En cambio si viene de Dios, es divina. Una religión que no sea divina ¡no sirve! La religión divina no es una imposición, es un regalo. El mayor don posible: la llave de acceso a Dios.

Veámoslo con un ejemplo: un maestro en su colegio podría limitarse a mirar el trabajo de sus alumnos, su empeño para aprender a sumar, a escribir, etc. Si no mediara una enseñanza previa, por más notables que fueran los esfuerzos de los chicos, estaría muy claro que no llegarían a conseguir resultados satisfactorios. Quizás algunos más inteligentes se aproximaran un poco a la verdad, pero siempre de modo insuficiente: necesitarían mucho tiempo y esfuerzo para llegar a los conocimientos que tiene su maestro, que a su vez los recibió de sus propios maestros. Todos necesitan necesitamos una guía. Y confiar en la enseñanza del maestro (máximamente cuando el Maestro es Dios mismo).De manera que podríamos concluir que la religión divina no se construye según opiniones humanas. No la hacemos los hombres. La religión viene de lo alto. Y sólo puede venir de lo alto. Todas las religiones humanas son un esfuerzo muy meritorio, pero no pueden llegar muy lejos.

La realidad no se decide por mayoría. Ni la intramundana ni la divina. Las cuestiones de religión tampoco dependen de estadísticas sociológicas. No son meras opiniones personales: hacen referencia a la realidad sobrenatural: el Creador, el sentido de lo creado, al proyecto divino para el mundo y el hombre, la realización personal, el acceso a Dios, la vida después de la muerte, etc.
Además no todas las opiniones valen lo mismo: las hay verdaderas y falsas, más y menos fundadas, razonables o insostenibles. No es lo mismo torturar que dar de comer al hambriento, por más convencido que esté quien tortura de que así le hace un bien a la humanidad. El relativismo no tiene sentido. No cierra por ningún lado. De hecho, no es posible funcionar en clave relativista en ningún ámbito de la vida concreta: ni para alimentarse, trabajar, tratar los seres queridos, hacer inversiones, usar una computadora, salir de viaje.

La cultura moderna circunscribe el relativismo (todo es lo mismo, no hay opciones mejores o peores, todas las religiones conducen a Dios, etc.) sólo al campo de las cuestiones más importantes de la existencia: las que hacen al sentido de su vida, la religión y la moral. Es una opción realmente no racional, que carece de sentido. Sólo tendría sentido si Dios no existiera y la religión fuera un cuento para niños.
Pero existe un mundo superior a nosotros. Puede ser difícil buscarlo, pero renunciar a su búsqueda no es sensato. En este terreno es obvio que necesitamos fe. Sin fe no se puede acceder a Dios. Sin fe no se puede reconocer la religión verdadera. Por lo mismo, quien carece de fe, lejos de ser un privilegiado, tiene un problema muy serio: le falta lo que le permitiría el acceso a las verdades decisivas de su vida.
Desconoce la verdad más profunda de sí mismo: de dónde viene, adonde va, cómo realizar su vida, qué sucede después de la muerte, etc. Lo qué más importa conocer, está fuera de su campo visual.

Tiene que buscar el sentido de su vida, de otro modo podría vivir "entretenido" con las cosas de la tierra, pero le faltará la clave de lectura de su existencia. Si busca con sinceridad, encontrará que Dios se hace el encontradizo y recibirá la fe: porque la da Dios, es un don que se recibe.El cristianismo es una religión revelada. Dios nos transmite la verdad sobre sí mismo y su plan para nosotros; y, además, se comunica El mismo. Es cuestión de fe. La fe se tiene o no se tiene. Es como un tesoro escondido en un campo: se encontró o no se encontró. En materias de fe no se puede convencer a nadie: cada uno tiene que encontrar a Dios personalmente. No se puede obligar a creer: libremente se debe aceptar a Dios y su revelación. Se puede rezar por quien no cree para que lo encuentre. Y ayudarlo a buscar.

Pero loco sería quien pretendiese imponer a Dios sus propios gustos y modas. Y, más todavía, quien se erigiera en juez de su Creador, exigiéndoles explicaciones sobre lo que hace o permite.
No, la religión no la hacemos nosotros, para nuestra fortuna viene de lo alto; y esto es lo mejor que nos podría haber sucedido.
La religión no sólo enseña un conjunto de verdades sobre Dios, nosotros y el mundo; sobretodo comunica una vida divina: eleva al hombre sobre sí mismo para introducirlo en el mundo divino.
Y nos conduce a la vida eterna. Este es el punto más importante: a través de la religión, la vida divina viene a nosotros. La religión si es verdadera no sólo brinda consuelo para esta vida sino que sobretodo nos conduce a la felicidad eterna: esta es su razón de ser.
De esta manera, la religión no empequeñece la vida, llenándola de prohibiciones, sino que amplía sus horizontes, engrandeciendo las posibilidades vitales. Llena la existencia y le abre caminos insospechados. Y sobretodo nos introduce en la felicidad divina.
Por su grandeza no puede no ser exigente. Y esto, es parte de su belleza.

EL PROBLEMA DE QUIEN NO CREE
Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos, en realidad está ciego porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial. Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se apercibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible. Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p, 16

TENER FE O NO TENER FE, ESA ES LA CUESTIÓN
Hay personas con fe y personas sin fe. Personas que la tienen y viven como si no la tuvieran; y personas que no la tienen y quisieran tenerla.
Personas que nacen en el seno de una familia cristiana y son casi genéticamente cristianas. Personas a las que nunca nadie habló de Dios, no lo conocen y por falta de experiencia "divina" carecen de sensibilidad para las cosas espirituales. La fe no les dice nada, porque no pueden imaginar lo que es tenerla.
Personas que perdieron la fe que alguna vez tuvieron; se les quedó por el camino y no les interesa mucho por dónde. No les dice nada porque se aburrieron de lo que creían.
Personas ansiosas por encontrar un sentido a la rutina de sus vidas. En estas breves páginas, quisiera explicar al creyente (que más allá de crisis coyunturales nunca ha experimentado lo que es vivir sin fe) el problema de quien carece de fe. Porque, digámoslo de entrada, aunque no sea conciente, quien no tiene fe tiene un problema muy serio.

¿CUÁL ES EL PROBLEMA DE QUIEN CARECE DE FE?
Para comenzar, se pierde de conocer mucho de la realidad. Y, en concreto, lo más elevado. Puede alcanzar sólo una visión muy superficial de la vida humana: lo que se ve, se oye, se come, engorda, enferma, etc. Pero el hombre es bastante más que una máquina que procesa comida, trabaja y se reproduce. Quien pierde el espíritu humano pierde mucho (y la relación con Dios es la expresión más alta del espíritu humano).Pierde, además, la trascendencia y su vida queda así encerrada en la cárcel de la inmanencia de este mundo. Podrá disfrutar muchas cosas, divertirse, pero su vida considerada globalmente se ha convertido en un camino hacia el cáncer y la tumba. Es duro, pero no cabe esperar otra cosa.

Pierde el sentido más profundo del amor, que sin espíritu queda reducido a mero placer. Se le escapa el sentido más profundo de la vida (para qué vivo, dónde voy). No sabe de donde viene ni adonde va. No es capaz de alcanzar lo único que, en definitiva, realmente importa. No tiene una sola respuesta para los problemas cruciales de la existencia humana. Como reconocía un premio Nobel español, agnóstico, lleno de tristeza hacia el final de su vida: no tengo una sola respuesta para las cosas que realmente me interesan. Soy un sabio muy especial. Un sabio que no sabe nada de lo que le importa.
Quien dice que sólo creerá lo que toque y vea (si no lo veo no lo creo), en realidad no sabe lo que está diciendo. La realidad más profunda de las cosas no está a nivel superficial y, por tanto, está fuera del alcance de los sentidos. No se ve con los ojos, no se pesa en una balanza, ni siquiera se alcanza con un microscopio. Se ve con la inteligencia, pero más allá de donde llegan los sentidos. Y, la verdad más grande cómo es la vida íntima de Dios, supera incluso esta capacidad intelectual de ver: sólo se accede a ella por la fe. De modo brillante y resumido se lo explica el zorro al Principito cuando le dice: no se puede ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos" (Antoine de Saint-Exupery, El Principito, XXI).

El hombre sin fe nunca llega a entender algunas de las cosas más importantes de su vida. Como ejemplo: La felicidad y las ansias de infinito. Las realidades espirituales. El sentido de la vida (para qué estamos aquí ).Los anhelos más profundos de la persona. E! fracaso. El dolor. La muerte (tanto en general, como la propia y la de los seres queridos) .Y sobretodo lo que viene después. Quien se cierra en su no creencia tiene cerrado el acceso a Dios, a la redención, a la salvación. Cerrado a la trascendencia, está cerrado a su desarrollo más pleno, y sobretodo a la felicidad perfecta. En el ser humano hay unas ansias de infinito que no es posible reprimir: nada de este mundo lo satisface plenamente, porque las cosas de aquí le "quedan pequeñas". Esas ansias de infinito serán saciadas después de esta vida. Por eso quien está cerrado a la trascendencia, está frustrado existencialmente, pues le resulta imposible concebir como posible la satisfacción de la tendencia más radical de su ser: su tendencia a la plenitud. Sólo quien sabe quién es puede vivir con plenitud.

En la Misa inaugural de su Pontificado Benedicto XVI recordó que únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo (Benedicto XVI, Homilía del 24.4.05).

El hombre sin fe, se pierde lo mejor de la vida (que no necesariamente es lo más divertido): Dios y la vida eterna quedan fuera del horizonte de su vida y de su alcance.

Algunos, con buen corazón, puede ocuparse de cosas muy nobles, como la ciencia o el arte; también contribuir al bien temporal de los demás. Todo esto es muy bueno. Pero, les falta algo, en realidad mucho: la apertura al infinito y la perfección, que da sentido y valor a lo que hacen. Para ellos, este bien, en cierta manera, se convierte en un camino hacia Dios. Otros quizá coherentemente con su visión materialista de vida (quien no cree en la trascendencia queda encerrado en la materia) viven en la frivolidad (comamos y bebamos que mañana moriremos) pueden distraerse (distraerse: alejar la atención de lo importante), entretenerse(entretener: pasar ligeramente un rato entre dos cosas), divertirse (ocuparse jugando de cosas livianas), vivir en y para la pavada. La sociedad actual (tecnológica) les ofrece todo tipo de medios para conseguirlo y pueden distraerse, entretenerse y divertirse con bastante éxito y de a ratos olvidarse de quienes son, pero no se realizan: pierden la vida. Pueden pasar su existencia distraídos, entretenidos y divertidos (con la atención fuera de lo que lo conduciría a una vida realizada).Incluso morir sin darse cuenta. Pero al final, se desvelará el misterio y se verá cómo han frustrado su existencia llenándola de nada.

¿ES CÓMODO SER CREYENTE?
Hay quienes repiten una frase gastada: es duro ser no creyente. Como si la postura de los creyentes fuera más cómoda. Como si los no creyentes fueran más honrados al no creer al precio de su inseguridad (cosa realmente dolorosa). Esta expresión tiene dos partes. Ser creyente es mucho más seguro y, al mismo tiempo, exigente. Es cierto que sin fe se carece de la seguridad del creyente. Y esto no puede no ser duro. Pero también puede resultar muy cómodo. No se puede conocer el interior de las personas. Hay quienes para estar cómodos pagan el precio de vivir en la oscuridad. No se comprometen con la verdad, no la buscan. Viven tranquilos en su ignorancia para no exponerse a tener que hacer aquellas cosas que les exigiría la fe si la encontraran y por eso prefieren no buscarla. No están condenados a no creer. Quienes son honestos consigo mismo nunca abandonan la búsqueda de la verdad. La curiosa pretensión del agnóstico Resulta realmente curioso el planteo del agnóstico: afirmar la imposibilidad de conocer lo que él no conoce.

¿No sería más razonable afirmar simplemente que él todavía no pudo conocer lo que no conoce? Hace una extrapolación que no es válida: pasar de un dato particular (su no conocimiento personal de Dios) a la afirmación general de la imposibilidad del mismo. Pero que él no conozca no demuestra en lo más mínimo que sea imposible conocer. La fe es el tesoro escondido en un campo. No haberlo encontrado todavía no alcanza para negar su existencia. Sólo prueba que debo seguir buscando. En cambio, parece bastante irrefutable el hecho de que muchas personas cuerdas (no están locas) han vendido todo lo que tenían para comprar ese campo.

LA FE Y LAS APUESTAS
Quien no cree arriesga demasiado.
La fe no es cuestión de probabilidades, tampoco de cálculos de intereses y conveniencias, pero hace ya mucho tiempo, una mente matemática como la de Pascal planteó las siguientes alternativas:
Si creo en Dios y Dios existe, lo he ganado todo.
Si creo en Dios y Dios no existe, no pierdo nada.
Si no creo en Dios y Dios existe, lo pierdo todo.
Si no creo en Dios y Dios no existe, no gano nada.
Pero no es cuestión de apuestas. La fe no es una apuesta, aunque por cálculo de probabilidades tenga más chances de ganar.
No cree el que quiere sino el que puede La fe es un don que Dios no niega a nadie. Es un misterio de la gracia y la libertad humana.
Impresiona ver a Jesús dar gracias al Padre celestial porque se ha mostrado a los humildes y ha ocultado a los que se tienen a sí mismos por sabios y prudentes (cfr. Mt 11,25).
Dios se esconde y se muestra. Sólo los humildes son capaces de ver.
La verdad no se impone: cada uno debe recorrer el camino que conduce a ella. Un camino muy personal. Buscar la verdad y ponerse en condiciones de poder encontrar a Dios. No se trata de conseguir entender a Dios, sino de encontrarlo. Y cuando se lo encuentra, entonces, se entiende y sobretodo se le ama. Ser capaz de escuchar a Dios y ser capaz de hablar a Dios.
¿Cómo se llega a encontrar a Dios, a escucharlo y hablarle? ¿Hay que aprender a hablar con Dios? Uno puede ser o volverse sordo para las cosas de Dios. "El órgano de Dios, explica el Card. Ratzinger, puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido. Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van unidas". Entonces habrá que aprender hacerse capaz a comunicarse con Dios. "Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a entender a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera infantil en cierto modo siempre seremos niños, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras" (Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16).

¿CÓMO?
No hay fórmulas mágicas, hay recorridos. En primer lugar, con la apertura a la trascendencia: quien descartara de entrada la posibilidad de lo sobrenatural, cerraría la puerta a la verdad. Estaría rechazando apriorísticamente la existencia de algo que no es irracional. Y con esta actitud obviamente, difícilmente encontrará aquello cuya existencia rechaza voluntariamente. Pero no es que la verdad se le oculte, sencillamente la niega. Después con todo lo que favorece la actividad del espíritu: arte, poesía, música, etc. Las expresiones del espíritu humano.Con el realismo filosófico.Con la lectura de vidas ejemplares (los santos), y en particular con el recorrido de los grandes conversos de la historia.Con la lectura de la Sagrada Escritura: Dios habla en ella.Con la oración. Incluso aunque parezca que no sirve para nada: Dios escucha aunque yo no sea consciente de su presencia.

UN SECRETO
Georges Chevrot nos explica que "Dios se hace amar antes que hacerse comprender" (El pozo de Sicar, Ed. Rialp, p. 291).
En efecto, a Dios lo conocemos más a través del amor que de la inteligencia. SanJuan entendió más a Jesús no porque fuera más inteligente sino porque amó más y, por tanto, tuvo más intimidad con El. Quien no lo entiende, debería comenzar a tratar de amarlo y lo acabará entendiendo. El camino inverso no es de éxito seguro: con facilidad se enreda por la soberbia, y para encontrar la fe, la humildad es requisito fundamental. Y a quien lo entiende aquel a quien el cristianismo le cierra perfectamente todavía le queda camino por recorrer, para llegar a amarlo con todo el corazón. Buscarlo, intentar dirigirse a El, incluso antes de creer en El.
La fe es un acto de conocimiento, pero también supone el ejercicio de la voluntad: hay que querer creer. Es difícil que alguien queriendo no creer llegue a creer. Dios no fuerza nuestra libertad. Son muy raros los encuentros inesperados como los de San Pablo o André Frossard (en su libro "Dios existe, yo me lo encontré" cuenta su historia personal).Pero la fe, es sobretodo un encuentro. No se alcanza por razonamientos intelectuales, sino que la inteligencia se rinde cuando se encuentra delante de Dios. En concreto, un encuentro personal con Cristo (de quien los cristianos afirmamos que vive y por eso es encontrable).

UN RIESGO FRECUENTE
No pocas personas caen en la tentación de crearse una fe a su medida, según su propio gusto. Pero esto sería un auto engaño notable.
La verdad tiene que venir de afuera. En el caso de Dios, sólo puede provenir de El. Por mi cuenta puedo llegar a conocer algunas cosas de Dios, pero lo más importante es lo que El revela, que es inaccesible a nuestra inteligencia.

LA GRANDEZA DE LA FE
Permite ir más allá de las apariencias, más allá de este mundo. Descubrir las realidades más profundas, el verdadero sentido de las cosas, el sentido de la vida. Y penetrando en el misterio, encontrarse con Dios.Los cristianos deberíamos tener un sano complejo de superioridad que en realidad no es un complejo propiamente dicho. Es simplemente el gozo de vivir una realidad superior. Saberse llamados a algo muy grande, a la vida eterna.
La fe da respuesta a los interrogantes más importantes de la persona. Los más vitales, acuciantes, agudos. Los que el hombre no puede dejar de plantearse. Los que modelarán su vida según la respuesta que les dé. Quien carece de fe no los resuelve, sencillamente necesita negarse a planteárselos porque sabe que no puede encontrar respuesta para ellos.Las cuestiones de fe requieren fe. Esto es obvio. Para creer hay que tenerla. Quien no la tiene no puede "ver".Pero también es cierto que muchas cosas no "cierran" sin fe (la existencia del mal, la vida después de la muerte, el sentido del dolor, y un largo etc.) y las cosas de la fe "cierran" (no son fábulas descolgadas): llegan a explicar el mundo de un modo totalmente coherente. La fe no es demostrable, pero creer es razonable. Mucho más razonable que no creer.

¿PARA QUÉ ME SIRVE SER CRISTIANO?
Es frecuente que en momentos de cansancio, frustración o desconsuelo cruce por la cabeza una pregunta punzante: "Pero entonces, ¿para qué me sirve ser cristiano?"
Se puede plantear con tonos muy distintos: rebelde, desafiante, desanimado o dolorido. Puede ser una mera queja, una búsqueda de respuesta, un planteo de fondo o la declaración enojada de que no sirve para nada. Del tono en que se haga y de la respuesta que se le dé, dependerá en muchos casos, qué tipo de cristiano se sea santo, tibio o frío o que se deje de serlo del todo.
Desde una perspectiva quizá utilitarista y desafiante, equivale a la pregunta sobre el sentido de ser cristiano. Hay otras preguntas equivalentes.
Por ejemplo: ¿para qué me sirve creer en Dios (o amarlo, o rezar)?
¿qué gano con ir a Misa (o si me confieso, casarme por la Iglesia)?
Y un largo etcétera de otras similares a las que queremos analizar y responder en este artículo.
Preguntas planteadas en términos del interés, conveniencia o beneficios que me produciría ser o vivir como cristiano. Y que justificaría el serlo, de manera que sería cristiano precisamente para conseguir esas ventajas. Y tendría que dejar de serlo si se demostrara que no funciona porque no reporta los beneficios que cabría esperar de él. Una pregunta importante, que va a la raíz de la propia identidad cristiana:

¿PARA QUÉ SOY CRISTIANO?
¿QUÉ ESPERO DEL CRISTIANISMO? ¿QUÉ ME OFRECE?
Cara a esta vida, y en clave materialista, posiblemente ser cristiano sirva de poco. Nosotros esperamos otra cosa mucho más grande: LA FELICIDAD PERFECTA EN LA VIDA ETERNA.
Ser cristiano, en principio, no nos proporciona más salud, ni más dinero, ni mejor carácter, ni se nos garantiza el éxito profesional o deportivo o familiar. Obviamente vivir como Dios nos pide precisamente porque responde a las exigencias de la naturaleza humana nos hará mucho bien. Pero no radica en esos bienes la razón del ser cristiano.

EL ASUNTO DEL FIN ÚLTIMO.
Quien busca, por encima de todo, como objetivo de su vida, cuestiones que ocurrirán antes de su muerte (ser valorados, triunfar profesionalmente, ganar dinero, pasarlo bien, disfrutar de bienestar o cualquier otra cosa del estilo) posiblemente encontrará en el cristianismo un peso; y fácilmente lo considerará como un obstáculo para sus objetivos (porque nos saca tiempo, exige ser generosos, honestos, sinceros). Pero los cristianos (si hemos entendido bien qué es el cristianismo) no somos cristianos con expectativas solamente terrenales; es decir, para conseguir beneficios materiales o simplemente temporales.

San Pablo EN SU CARTA (1 Cor 14,19). DICE QUE estamos convencidos que sí sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres .Es decir, que seríamos muy tontos si fuéramos cristianos primariamente con la esperanza de ventajas para aquí abajo.

PROMESA DE VIDA ETERNA.
-Jesucristo lo repite una y otra vez en el Evangelio: la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día. (Jn 6,40)

-Jesucristo dice quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día (Jn 6,54); Jesucristo nos dice quien cree en el Hijo tiene vida eterna (Jn 3,36).

-El camino no es fácil: la senda es estrecha, la puerta angosta; hay que llevar la cruz no de vez en cuando, sino cada día. Requiere entrega, es exigente, pero al final nos espera la gloria. Y estamos convencidos de que vale la pena.

-Bien experimentado lo tenía San Pablo quien sufrió mucho en su vida, considero que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros
(Rom 8,18).

-El Reino que Jesucristo predica es el Reino de los cielos. El mismo día de su muerte Jesús tiene que aclararle a Pilato que su reino no es de este mundo ( Jn 18, 36).

Las cosas claras de entrada. Cristo no es un Mesías temporal: promete la vida eterna.Esta es la razón que impidió a los fariseos reconocerlo y aceptarlo. A los Apóstoles les costó mucho desprenderse de esta visión temporalista del Reino. En su amor a Jesús se mezclaban las mejores intenciones con ambiciones terrenales imbuidas de egoísmo (¡esas discusiones sobre quién sería el mayor cuando por fin se instaurara el Reino!).El cristianismo es una gran promesa: pero no una promesa muy pequeñita sino una promesa divina: de plenitud, de gloria, de unión con Dios, de divinización en la participación de la misma vida divina. Una promesa que trasciende absolutamente esta vida.
Aquí no hay engaño: no son ventajas temporales lo que se nos ofrece. El cristiano no busca de Dios primariamente bienes temporales, de los que para empezar hay que estar desprendidos para seguir a Cristo. Esto resulta patente cuando los judíos admirados y felices por haber comido gracias al milagro de la multiplicación de los panes lo buscan para hacerlo rey (con un rey así ¡qué vida maravillosa nos podemos dar!).
-Jesucristo desaparece y corrige su entusiasmo: trabajad no por el alimento que perece, sino por el que dura hasta la vida eterna. (Jn 6,27).
-El mismo Jesús que cura algunos enfermos, nos dice no temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma (Mt 10,28).
Lo corporal no es el principal asunto. Los bienes temporales no deberían ocupar el primer sitio en nuestras peticiones e intereses. Y cuando los pedimos y buscamos, lo hacemos siempre subordinados a los bienes espirituales y eternos.

LA ETERNIDAD LLENA DE CONTENIDO ESTA VIDA
La vida del cristiano aquí en la tierra está tejida de sucesos temporales y eternos. Nuestra vida transcurre en el tiempo, pero lo trasciende: se mete en la eternidad. La esperanza de la vida eterna no pone la mirada en un futuro lejano, sino que impregna la vida cotidiana. No es una huida de los problemas de esta vida, refugiándose en un posible mundo futuro, en el que se encuentra un relativo consuelo. No lleva a despreocuparse de las cosas de la tierra, sino que nos ocupemos de ellas por un motivo más elevado. Nos impulsa a la conquista de ese Reino que no es de este mundo, precisamente en las vicisitudes de aquí abajo. De manera que la vida terrenal necesita la referencia a la eterna. Sin ella se quedaría vacía. Y la vida eterna se consigue con el compromiso en esta vida.
El Card. Ratzinger explicaba a un grupo de universitarios en España:
Si perdemos completamente de vista lo eterno, entonces también lo intramundano pierde su valor, porque se agota en ese breve período en el que vivimos. Por tanto, también desde un punto de vista humano es necesario abrirse a la eternidad y abrirse a Dios. Ahora bien, si a partir de ahí se descuida lo terreno, entonces se ha entendido de forma equivocada a Dios y a la eternidad, porque precisamente la fe en Dios y la fe en la eternidad lleva a reforzar la responsabilidad por lo terreno, porque en cada momento de mi vida yo voy creando eternidad y si descuido ese devenir terreno, ese hacer eternidad en lo temporal, entro en una contradicción conmigo mismo.
Me parece que eso es lo que tenemos que aprender: que sin la eternidad no se puede vivir porque el tiempo se queda vacío, pero que sólo si ese saber de la eternidad llega a llenar plenamente este tiempo, entonces eso adquiere sentido. Es un ida y vuelta de referencias.
Hemos sido creados para amar, para alcanzar una plenitud a la que se llega por la entrega de sí. Y en nuestra existencia se verifica la paradoja de que quien busca egoístamente su felicidad no la encontrará nunca.
¿UN CRISTIANISMO MATERIALISTA?
Un cristianismo materialista en el que se recurre a la religión sólo en busca de beneficios temporales, incluyendo una vaga esperanza futura no se sostiene.
José P. Manglano recoge un brillante diálogo de Guitton, que aquí sintetizo: - Richelieu sufría muchos dolores de cabeza y rezaba a Dios que lo librara de ellos.
Supongamos, por un instante, que sólo rezara por ello. ¿Qué idea tendría de Dios? Supongo que la de una aspirina celestial.
Invente la aspirina y Richelieu dejará de rezar. Seguirá creyendo en Dios, pero el suyo será un Dios ocioso, un Dios que está pero que no tiene ningún papel en nuestra vida.
Este es el problema. Es lícito, muy bueno, conveniente y necesario acudir a Dios para la solución de nuestros problemas terrenales ¡es nuestro Padre!, pero si sólo acudimos con intereses temporales ,antes o después nuestra fe se encontrará en aprietos. Porque es ¡un planteo egoísta y materialista!

CUANDO FALLAN LAS EXPECTATIVAS

En nuestros días no es raro encontrar personas que se siente defraudadas por Dios y por el cristianismo. Quienes primariamente esperara beneficios temporales de la religión, es posible que termine desencantado con Cristo. En efecto, correríamos este peligro si viéramos la vida religiosa en términos de una contraprestación con Dios: yo cumplo su voluntad, hago lo que El quiere, voy a Misa, etc.
A cambio, El escucha mis oraciones, me protege del mal, me evita males temporales, hace algún milagrito de vez en cuando para sacarme de apuros, etc. Cuando la vida transcurre sin sobresaltos, todo va bien. Pero un problema grave se presenta cuando Dios no cumple su parte (o mejor dicho la parte que a nuestro entender debería cumplir) o cuando encuentro otra manera de resolver el problema.



En ese caso, uno podría acabar apartándose de Dios, víctima de la desilusión. Es posible que sienta que Dios le ha fallado, que no ha cumplido con su parte. Y entonces se sienta con derecho a abandonar la suya: dejan de rezar, de ir a Misa, de vivir como cristianos, o incluso abandonan su vocación.

Visitando enfermos en un hospital encontré una mujer que no practicaba la fe, aunque, como ella misma se ocupó de señalar enseguida, la había vivido intensamente con anterioridad. Le pregunté qué le había pasado. Su respuesta me dejó helado: Dios me defraudó. Y pasó a explicarme que ante una serie de problemas serios había rezado intensamente; y que a pesar de sus rezos no había pasado nada. Era como decirme: ¿qué quiere que haga? con un Dios así no voy a ningún lado. No me sirve.Es duro que una persona se sienta decepcionada por Dios. Almas que lo dejan porque sienten que Dios no estuvo a la altura de lo que se esperaba de El.
Son los que frustrados por no conseguir lo que pedían preguntan:
¿para qué sirve rezar?, si muchos no rezan y les va muy bien. O
¿para qué portarse bien, qué te reporta?
lgual les sucede a quienes luchan espiritualmente con la perspectiva de que Dios les hará felices. Cuando sienten que Dios no está cumpliendo su parte del contrato implícito porque sufren, se desconciertan y un terremoto tira abajo su vida espiritual.
Para evitar equívocos habría que analizar bien qué esperamos de Dios. Porque podría darse que esperáramos cosas que Dios no ha prometido. Pero en realidad Dios no ha fallado. Lo que fallaron fueron las expectativas. Esperaron mal. Secularizaron la virtud de la esperanza: la metieron dentro de esta vida y la redujeron a asuntos temporales (búsqueda de salud, un buen trabajo, dinero, aprobación de exámenes, éxito profesional, familiar, etc.). Estaban equivocados. Tuvieron la mirada puesta en Dios cara a bienes temporales (salud, trabajo, apuros económicos, etc.) que Dios nunca había prometido, y se olvidaron de los eternos (a los que quizás esas carencias hubieran contribuido). Y no llegaron a enterarse de cómo funciona la lógica de Dios única verdadera lógica.

LAS FALSAS EXPECTATIVAS CONDUCEN AL DESENCANTO Y A LA DESILUSIÓN.
Por eso en realidad se trata de decepciones humanas. Entonces,
¿PARA QUÉ ME SIRVE REZAR?
Rezar siempre sirve. Principalmente para unirnos con Dios (principal fin de la oración). Cuando pido algo no trato de cambiar la voluntad de Dios, de convencerlo de que me haga caso, de que tengo razón. Le pido algo porque estoy convencido de que Dios quiere que le pida eso (¡es mi Padre!). Lo pido porque es bueno, me alegrará la vida, me ayudará a servirlo mejor, se lo puedo ofrecer: entra en sus planes de santidad. Y, al mismo tiempo, como sé que Dios me ama con locura y no se equivoca, estaré contento cuando juzgue precisamente porque me escucha y me quiere que lo mejor para mí es no contar con lo que pido.
Alguno argumentará que para creer esto hace falta fe. Por supuesto que sí. Con Dios todo es cuestión de fe: de creer y confiar en su inteligencia, bondad y omnipotencia.
Dios escucha siempre. También cuando no entiendo, cuando no puedo escucharlo, cuando me duele, incluso cuando me enojo. La fe incluye confianza: y esto le da sentido al dolor, enseña a santificar la cruz. Dios ama siempre, también cuando no me da lo que le pido. Dios no se equivoca nunca, tampoco cuando parece que "piensa" distinto que yo o no lo entiendo.

Obviamente uno de los temas claves de nuestra vida es descubrir el sentido de la cruz. Tiene sentido, vale mucho. Debemos tratar de buscarlo y encontrarlo. Si queremos saber qué es lo mejor, busquemos en el Evangelio y encontraremos qué quiso para sí mismo y para las personas que más amó. Dios no falla. No puede fallar: si es Dios, lo es de verdad.

Rezo porque amo a Dios. Porque sé que me ama y quiere lo mejor para mí. Rezo confiado en su voluntad y en su amor. Sé que no me falla, tampoco cuando me toca sufrir, tampoco cuando no me concede lo que le pido: porque entonces me concede algo mucho más valioso cara a la vida eterna. Rezo para unirme a El: lo busco porque quiero estar con El, encontrar su ayuda, su consuelo, se amor, su paz, su ayuda para ser mejor hijo suyo. Para ser capaz de darle lo mejor de mí mismo: es lo que me reclama el amor.

¿UN CRISTIANISMO EGOÍSTA?
El error del asunto está al comienzo, en la raíz en el planteo.
¿Qué es el cristianismo? Una cuestión de amor.
¿Y para qué sirve amar? Amar es lo más importante en la vida, de lo que dependerá la felicidad y plenitud de la propia vida.
Pero, desde la pregunta ¿para qué me sirve amar? ¿qué gano si amo? nunca conseguiremos amar de verdad.
Hemos de estar atentos porque no se puede amar con un planteo egoísta (y no hay nadie exento de la tentación del egoísmo). No se puede amar buscando primariamente qué me aporta ese amor. Amar a Dios sobre todas las cosas. Ese es el fin. Pero si me planteo
¿para qué me sirve Dios? ¿para qué quiero amarlo? estamos comenzando mal el recorrido de la fe y del amor. Estamos poniendo a Dios en función de nuestros intereses. Pero Dios no es un sirviente de lujo. Y es imposible crecer en el amor recorriendo el camino de la búsqueda del propio beneficio egoistón.

CONCLUSIÓN
No te hagas esta pregunta porque no tiene sentido.
Y cuando se te cruce por la cabeza, respóndele con generosidad, rechazando los planteos mezquinos que supone.
Al mismo tiempo debes saber que ser cristiano sirve demasiado (¡es lo único necesario!).

DE HECHO DIOS Y LA VIDA ETERNA EXISTEN
El cristianismo no es una apuesta al futuro, como la de quien jugara a la lotería a ver si el número le sale. No es un jugarse a ver qué pasa.
Hay algunos pequeños detalles a tener en cuenta: Dios existe, nos vamos a morir, nos encontraremos con El, que en su presencia sacaremos cuentas de cómo hemos usado la vida que nos ha dado.
Vivir como si Dios no existiera es fatal sencillamente porque es una suposición demasiado falsa: no hay ninguna posibilidad de que no exista.
Vivir como si no fuéramos a morirnos nunca es muy ridículo sencillamente porque lo único que está claro en nuestra vida es que vamos a morirnos.

¿ENTONCES, PARA QUÉ SIRVE SER CRISTIANO?
Hemos sido creados para amar. El cristianismo realiza el fin de la creación del hombre: nos conduce a la plenitud para la que existimos y en la que alcanzaremos la felicidad perfecta. Ahora bien, eso no ocurrirá en esta vida: la felicidad perfecta consiste en la posesión de Dios, cosa que sucederá en la vida eterna. Pero esto no significa que cara la vida presente no sirva para nada, y que estemos condenados a aguantarnos una vida cruel consolándonos en lo bien que lo pasaremos después de la muerte. La vida eterna comienza a realizarse en germen desde ahora. Esa vida eterna ya se vive aquí.

La gracia es una participación de la vida divina. No se siente, no se mide en términos económicos, de salud, etc. Tampoco en éxitos profesionales. Pero es más real que lo que tocamos. Y se mide en términos de amor y de talentos. El cristianismo da sentido a la vida, le da valor y la llena de contenido. Hace que las cuestiones intramundanas no sean intrascendentes, sino que se abran a la eternidad. Permite vivir esta vida abiertos a la plenitud, trascendiéndola.

Sin el cristianismo esta vida es muy pobre. Demasiado. Está encerrada en la inmanencia, en las coordenadas espacio-temporales. La vida sin perspectiva de eternidad es una película que acaba mal.
¿Cómo se presenta el futuro personal? Desde una perspectiva de culto al cuerpo, bastante mal: con el paso de los años, cada vez con menos fuerzas, más enfermos, más limitados hasta la muerte. Las perspectivas materiales no son las mejores.
Pero las perspectivas sobrenaturales son inmejorables, y cada vez son mejores: más cerca de obtener la vida por la que anhelamos, cada vez más maduros, más sabios, más enamorados, más llenos de obras de servicio y amor.
La virtud de la esperanza sobrenatural es más necesaria de lo que muchos imaginan. Nos abre horizontes de plenitud y amor. Llena esta vida de contenido ya ahora, y nos conduce a la que vale la pena, aquella para la que estamos hechos, donde se harán realidad las aspiraciones más profundas del corazón humano.
Pero esperanza sobrenatural, completa. Es mucho más que una vaga aspiración o deseo: es la certeza de que Dios nos dará lo que nos promete: una vida eternamente feliz, con El, en la gloria.

Pero ser cristiano sólo cara a esta vida resultaría una estafa cruel. La peor de las estafas: quitarle lo más valioso, su sentido más profundo, la razón por la que Dios se hizo hombre, murió, resucitó y ascendió al cielo por nosotros.

EN DEFINITIVA SER CRISTIANO SIRVE PARA:

+Descubrir el sentido de nuestra vida (¡para qué vivimos!)
+Vivir como Dios quiere y así realizar el sentido de nuestra existencia.
+Hacer posible una vida plena en el terreno humano.
+Disfrutar de la amistad con Dios y vivir en intimidad con El.
+Recorrer el camino la vida eterna y ser santos.
+Llenar de valor sobrenatural a esta vida terrenal.
+Alimentar nuestra vida con la Palabra de Dios.
+Fortalecer nuestra vida con la gracia de los sacramentos.
+Conseguir el perdón de nuestros pecados.
+Divinizar nuestra vida comiendo el cuerpo de Dios hecho hombre.
+Que el Espíritu Santo habite en nosotros como en un templo y santifique nuestra vida.
+Vivir de amor a Dios.
+Unirnos a Dios y vivir en comunión con El.
+Además, que su exigencia "saque" lo mejor de nosotros.
+Abrirnos horizontes de vida eterna.
+Dar sentido al dolor y a la muerte.
+Tener la ayuda de la gracia divina.
+Que nos sostenga con la ayuda de los demás
Y SOBRETODO SIRVE PARA HACERNOS INFINITAMENTE FELICES EN LA VIDA ETERNA.

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